jueves, 9 de abril de 2009

Surtido chupóptero

Según Sigmund Froi todos atravesamos una etapa oral en nuestra infancia durante la cual nos lo llevamos absolutamente todo a la boca para chuperretearlo bien y tomar contacto con la realidad material de nuestro entorno. Más adelante, ya adultos, se dice que muchas veces conservamos todavía cierta tendencia al alivio oral de tensiones psíquicas subyacentes. Hay quien dice que es el motivo por el que el tabaco es tan adictivo, porque incide en esa necesidad primigenia, y así sucede que quien deja de fumar muchas veces disfruta llevándose a la boca un pitillo sin encender, mordisquear un palillo o una brizna de trigo, una ramita de palulú, una barrita de regaliz, o cualquier otro objeto de forma alargada susceptible de sustituir al "fiti" que tanto gusta y tan bien sabe después de comer, o con el cafelito de la mañana ( lo cual suele funcionar como un bálsamo que dispara el mecanismo de nuestras tripas y nos arroja al WC echando mixtos, sapos, culebras y camafeos satánicos por el éxitus). Luky Luke lo sabía bien, él que tuvo que quitarse de fumar por culpa de la censura. Johan Cruiff hizo su agosto promocionando chupa-chups en el banquillo del Barça por idénticos motivos. Chupar, sorber, felar, son conductas tipificadas en el imaginario humanoide, y da lo mismo si lo que se chupa es batido de fresa a través de una pajita de plástico veteada, un caramelo de café o un clítoris, sino el simple hecho de dar a lenguas y labios un uso puramente lúdico.

¿Qué otra conducta arquetípica entraña el acto de sorber, especialmente si se sorbe de otro lo que se necesita para seguir funcionando? El trabajo asalariado, claro. No en balde con el tiempo, especialmente en nuestra sociedad capitalista, doblemente ahora que nos azota la crisis económica, el empresario (si es español con mayor motivo) ha sido adornado y honrado con múltiples tropos que lo hermanan con lo más granado del parásito universal: la sanguijuela, la tenia, el chupóptero, el vampiro.

Érase una vez un chupasangres...

Porque la función parasitaria es universal, y porque son universales nuestros placeres orales, es universal también nuestro monstruo de hoy: nosferatu, hominis nocturna, vurdalak, upir, vampyr, el vampiro de toda la puta life. De él hablaremos hoy, así como de sus primos (y retoños) más cercanos.

Nada mejor que comenzar volviendo la vista hacia sus precedentes literarios, dado que han sido ellos quienes nos han traído el modelo de vampiro tal y como lo conocemos. No cabe duda de que el irlandés Bram Stoker fue quien le dio relevancia cultural y mediática, quien definió el arquetipo del monstruo nocturno bebedor de sangre y perpetuamente enemistado con el Dios cristiano, aunque cabe aclarar que no fue el único ni el primero, tanto en su propia patria como fuera de ella. W.Sheridan Le Fanu, Lord Byron o Alekséi Tolstoi (pariente de Lev) contribuyeron tanto o más a la construcción de uno de los grandes monstruos de todos los tiempos, aunque sus contribuciones fueron eclipsadas y finalmente condenadas al olvido por la reinvención sobrenatural y monstruítica del malvado Vlad Tepes.




Parásito capitalista pre-soviet in action, upir-chupón blast-o-rama, YEAH!

La influencia de Stoker en el parto de la criatura ha marcado al vampiro hasta el punto de barrer cualquier erferencia previa. La "Carmilla" de Le Fanu, pese a mantener obvias similitudes con Drácula, es una criaturilla frágil y apasionada que, lejos de purgar una maldición o transitar el ultramundo en guerra abierta con las fuerzas de la cristiandad, es víctima de una pasión lésbica devoradora, cuya consunción se ceba en los objetos de su deseo: quien bien te quiere te hará sufrir, dicen. Carmilla no sólo te hará sufrir, sino que te sorberá hasta el tuétano y bailará sobre tu cadáver.

Sin embargo el vamipro no comienza ni acaba con la heroica resistencia de Vlad Tepes en Rumanía frente al invasor musulmán, mucho menos con la novela de Stoker, sino que se remotna hasta la antigüedad. Mesopotámicos y egipcios advertían a sus retoños de lo que supondría adentrarse en determinados páramos, de lo que pasaría si permanecían despiertos al llegar la noche, o si desobedecía ciertos preceptos religiosos. Como monstruo el vampiro no puede dejar de ser un escarmiento para los niños desobedientes y una advertencia dirigida a disidentes e incrédulos. Así, Lamia, por el mero hecho de ser hermosa ( y de excitar al siempre presto y pichabravesco Zeus) fue castigada por la eternamente celosa Hera, y tomó cumplida venganza en los jóvenes que se adentrasen en la noche en contra de los deseos de sus padres. Vampíricos son también los orígenes de Lilith, como lo son los cultos antropófagos que perpetúan la vida a través de la carne de sus enemigos. Sus derivaciones en el folklore europeo fueron filtradas y maceradas por la tradición cristiana (católica en centoeuropa, ortodoxa en el este) hasta obtener algo muy parecido al vampiro tal y como nos ha llegado a través del cuento popular y la literatura moderna. Había vampiresas en El Asno de Oro, y también en la obra de Jan Potocki; la psicología también se ha interesado por esta sombra de la animalidad inconsciente, de un sustrato primitivo que desaloja la barbarie sorbiendo coágulos de sangre. El vampiro es el reverso tenebroso de la felación.

No es tampoco cuestión de barruntar - bastante se ha hecho ya al respecto- posibilidades sobre la genealogía del monstruo, y bastante han hecho ya historiadores, folkloristas y médicos (!) para seguirle la pista en el tiempo. El perturbador rastro del vampiro se pierde en zig-zag pasado abajo hasta diluirse en el caldo prebiótico de nuestros orígenes. Quién sabe si no surgió de la pesadilla de un troglodita, un bosquimano que observase con una mezcla de horror y fascinación los daños del roedor chupasangres sobre el ganado, o un mal sueño caldeado a lo largo de una tórrida noche estival tras un atracón de carne de mamut.

El caso es que el tuétano de los mitos no es fácilmente aprehensible desde la bibliografía al uso, el método fenomenológico o la escpeculación filosófica. Vampiros, brujas, espectros y licántropos son sólo un recuerdo de épocas pretéritas entrevisto aquí y allá por testigos dudosos y literatos predispuestos al adorno. De ahí que sean tan fascinantes.

Añadamos la curiosidad médica. ¿Es el vampirismo un reflejo distorsionado de una dolencia física? Desde luego la porfiria da el tipo.

Cuidado con la foto, que muerde.

http://murtuusinanima.files.wordpress.com/2008/07/porfiria.gif

Vampiro metamorfo, vampiro cambiante

El vampiro de Stoker, que es el vampiro de la tradición europea decimonónica, tiene la capacidad de modificar su forma a voluntad. Hoy es un marquesito pijotero, mañana un lobo que aúlla a la luna como en los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente, la semana que viene el murciélago colgante y "kitch" de las películas de la Hammer. . El vampiro ortodoxo, ese conde alambicado calzado con capas de ala ancha y rubricado con un bigotillo de playboy mediterráneo no podía durar demasiado, y su estampa se ha convertido en una parodia de serie-B. Bela Lugosi y Cristopher Lee fueron los grandes paladines de este vampiro classy y seductor, moviéndose en escena como una sombra y chapoteando sobre inmensos charcos de sirope de cereza, mojando bragas a destajo con esas "erres" arrastradas de perfecto ligón europeo que tanto gustan al público americano. Poco a poco el vampiro ha ido despojándose se su esencia y abandonando los castillos umbríos para hacerse a las ciudades modernas.

Tras la aberrante producción literaria y cinematográfica que tiene al upir como protagonista subyace algo más que el interés espúrio y la explotación de franquicias. Se trata de un personaje que se niega a morir (del todo) y no duda en abandonar las que serían sus señas de identidad en favor de nuevas encarnaciones más cercanas al gusto mayoritario, al interés de la juventud. Un monstruo sin prejuicios, vamos. Vampiros karatekas, vampiros cow-boys, vampiros gays, vampiros moteros, vampiros ochenteros con hombreras... Basta con revisar taquillazos recientes como la saga Blade, Crepúsculo o Buffy Cazavampiros (me encanta esa serie) para comprobar cómo el público responde entusiasta a la llamada de la hemoglobina. O de la eternidad, que en el actual panorama de vampiros afeminados (cuánto mal ha hecho Anne Rice) no termina de ser algo más que un deseo de inmortalidad envuelto en un aura de frivolidad rampante. Esperemos que en un futuro los avatares del vampiro se sobrepongan a la abulia de estos tiempos de música electrónica y fanfarria goth para atisbar un porvenir en el que el mito vuelva a cargarse de connotaciones metafísicas (el temor a la muerte, el animalismo del lado oscuro, la liberación de deseos y apetencias inconfesables), sobrevolando con alivio el tórrido vacío de la posmodernidad de diseño.

jueves, 19 de marzo de 2009

Ay! ¡¡Que simpáticos los monstruicos!!

Nos gustan los monstruos. ¿Y qué es un monstruo? Un monstruo, un freak, una aberración, algo que no debería existir, y que sin embargo está vivo...

El monstruo no ha sido siempre el mismo, y si ya de por sí el término resulta ambivalente y salpicado de connotaciones, lo es especialmente en la actual coyuntura de posmodernidad y quinceañeras en top, con sus piercings en el ombligo y sus tetas tuneadas.

Porque ¿es el monstruo una anormalidad? Evidentemente no. Al menos no sólamente una anormalidad. La monstruosidad es una isotopía que se ha mantenido en el imaginario colectivo desde tiempos mitológicos, en los que habitaron precisamente para las propias mitologías a modo de metáforas de la pasión desenfrenada, la ambición desmedida, la naturaleza amenazante o el enemigo político.

No hay que olvidar el origen femenino de criaturas mitológicas tan espeluznantes y poco acorde con la generalidad del reino animal como la Quimera enfrentada a Belerefonte, las Erinias que acosaron a Orestes, las tres grotescas gorgonas ( con su Medusa de petrificante mirada eslava), la feísima Escila o la pérfida Circe. Esta doble naturaleza del monstruo primigenio (mítico y femenino) son dos puntales maestros sobre los que se erige un universo magnético y avasallador poblado por innumerables criaturas que transitan el páramo de la anormalidad y el horror, han servido de escarmiento moralizante o simplemente han sido un tiránico ejemplo de un régimen heteronormativo cualquiera. Porque no hay freaks abocados a desempeñar labores de ingeniería social, o a poblar herméticas pesadillas literarias, a menos que contemos con horrores contemporáneos en los que la simple rareza y la maldad desmedida caminan de la mano. Esa es otra historia.

El monstruo ocupa un lugar privilegiado en las religiones del mundo, y rara es la cultura que no cuenta son sus propios espantajos, criaturas extraordinarias y antinaturales que guian la conducta de la única manera que saben: infundiendo terror.

Es lógico, si aceptamos que el rol primordial del monstruo es el de ser la antítesis de un ethos que, expresado en términos de una simplicidad chupeteril, vendría a oponerse a las sempiternas fuerzas del bien en un marco de maniqueísmo antediluviano. Deshagámonos, sin embargo, de cuestiones tan complejas y digamos sencillamente que el monstruo ha venido al mundo (éste u otro) para asustar y, por lo tanto, para prescribir aquello que podemos y no podemos hacer. Siendo conscientes de la amplitud del tema, especialmente rendidos a los pies del estudio de las religiones, debemos aceptar que no toda criatura sobrenatural tiene por qué ser una encarnación del mal, e incluso que cualquier producto de fuerzas que sobrepasen las limitadas expectativas del ciudadano medio, ése que se nutre de series de la Fox y latas de Acuarius, supone de por sí darse un susto de tres madejas de cojones. La terrorífica efigie del monstruo depende de nuestro grado de aceptación de la propia monstruosidad, es meramente contextual, y por tanto se ve determinada por nuestra visión del mundo. El Dios de ayer es el monstruo del mañana.

Doblemente deformados

Por si no fuera poco con arrostrar un estigma indeleble y universal cultural que define al monstruo como una criatura extraordinaria y horrible, no han sido pocos los que han sido perseguidos y acosados por tenaces fuerzas justicieras, rígidos estamentos religiosos, héroes lanceros volando en sus sandalias aladas, y tantos como han sido perseguidos no fueron siempre objeto de persecución. El canon literario cambia como una puta veleta, y ya pueden presumir de haber sido venerados con fruición en tiempos lejanos y desiertos no menos remotos, porque la rueda del tiempo deja su huella indeleble incluso sobre las más feroces criaturas del abismo (porque las ruedas, en los atropellos, dejan huella)

El mito se convierte en leyenda, la leyenda en fábula, y la fábula en cuento popular. El mito explícito que antaño rigiera la conducta de los hombres puede hoy no ser más que un rumor que aletea en los marchitos labios de una anciana, una tonada susurrada entre juegos infantiles, o un fragmento de metralla folk que jamás habría encontrado su ubicación literaria y museística de no haber sido glosada por la pluma de un poeta. H.C.Andersen, Afanasiev o los hermanos Grimm son nombres que han dotado al cuento de hadas (ese mito con final feliz en palabras de Bruno Bettleheim) de relevancia histórica y cultural. El cuento de hadas mantiene una estrecha relación con la monstruosidad, no en balde el folklore ha sido la correa de transmisión de nuestros engendros más carismáticos; vampiros, brujas, licántropos, momias, fantasmas, espectros, muertos vivientes... si han perdurado hasta nuestros días y conservado su poder de sugestión, ha sido gracias al grado de cercanía que mantienen con la realidad de la vida cotidiana.

Brujas: adoradoras del diablo, benefactoras, pedófagas...

Hija bastarda de la sacerdotisa pagana, víctima perseguida que se enfrenta a los estamentos religiosos, meretriz o madamme del medievo, iatroquímica amateur; la bruja ha sido una de las más brillantes reinvenciones de la cultura popular centroeuropea, y la dueña absoluta del imaginario monstruil y fantasmagórico del medio rural. El campesinado, siempre atento a recoger las formas de ocio tradicionales, ha sido el principal impulsor de este personaje que ha adquirido formas diversas a lo largo de la historia, manteniéndose sin embargo bajo la égida del Gran Satán ( para los seguidores de Alan Moore, debo aclarar que no nos estamos refiriendo a Melek Thaus) en el cuento de hadas, sea habitando en una casita de chocolate o sobrevolando la noche de Walpurgis sobre su célebre escoba mágica. Sabemos de su tormentosa relación con la Iglesia de Roma, y de los intentos de rehabilitación de que ha sido objeto ulteriormente, así como de su resurgir en el cine y la cultura pop como una benefactora que se anticipó a la caída del antiguo régimen proporcionando remedios caseros para la enfermedad, preparando filtros de amor y ceremonias catárticas al aire libre. La inquisición, el Malleus Malleficarum (un libro inquisitorial de cabecera para todo forofo del torno y el látigo que se precie, tan popular en su momento que hasta se desarrolló una versión de bolsillo que permitiera al juez consultarlo sin faltar al decoro que debería caracterizar un proceso inquisitotial, "escondiéndose tras el atrio y ojeando su manual de estupideces" ) , Lutero y una ristra de elementos de pelaje afín, aseguraron para la pobre sacerdotisa de Diana Cazadora, para quienes profesaban todavía la antigua fé en dioses cornudos, saturnales y misterios eleusinos, un futuro de escarnio. La hechicera ya no convertiría más a los hombres en asnos por error, sino que sería dispensadora de catástrofes y maldiciones: transformaría a los niños en embutido, a los campesinos en perros, a las hortelanas en serpiente, a los príncipes en sapo. Hablamos de una bruja arquetípica del cuento de hadas, con su verruguita y su alacena rebosante de porquerías embotelladas.
Y fue una buena villana, vaya si lo fue. Generaciones de niños han crecido al calor de este símbolo del mal, y no han sido menos los eclesiásticos que se han valido de ella para infundir el terror reverencial y telúrico de un diablo disfrazado de deidad pagana, asumiendo una doble función de representación moralizante y enemigo de la autoridad. Posteriores encarnaciones de esta bruja medieval-renacentista, de la meiga o la bruja centroeuropea, la Babá Yagá eslava, esta criatura cuya muerte compensa y alivia los terrores primigenios del niño falleciendo en el horno o en la hoguera ( el fuego purificador que transmuta la materia bruta en espíritu puro) se han ido añadiendo al bagaje literario universal, haciéndose acompañar de brujos varones, hechiceros o nigromantes, que habrían de sumarse al rico imaginario de la literatura fantástica.
Es cierto que la bruja ha perdido vigencia durante el siglo XX, pese al sostén de ciertas supersticiones en áreas rurales, y a su continuidad en el relato infantil. A pesar de todo ha resistido la sátira y el paso de los siglos con buen aspecto - es un decir-, haciéndose objeto de parodias (aquel hilarante espacial de Halloween de Los Simpson en el que se hacía escarno de las brujas de Salem; el encantador y hábil relato de Roal Dahl llevado al cine por la Disney, etc...) e incluso de reinvenciones de posmoderna sensibilidad. Relatos de Stephen King o Clive Barker tienen espacio para la bruja entre sus páginas, y su figura ha sido objeto de reivindicación constante por parte de la literatura heroica, la historia de las supersticiones ( a mencionar: los trabajos de Julio Caro Baroja en nuestra península) y el cine fantástico y de terror.






Angelica Huston nos horroriza y repugna bajo su disfraz de bruja en la versión Disney del relato de Dahl


La sacerdotisa pagana que creció como concubina del diablo y envejeció para convertirse en una anciana huraña y arrugada es miembro de pleno derecho del Gran Panteón Monstruótico.

Brujas en la gran pantalla: hechicerulas modernukis.

Como decía, la bruja no ha desaparecido de la esfera pública, y como personaje interesante, grotesco y netamente monstruoso que es, ha pasado a engrosar la lista de criaturas diabólicas que han desfilado por pantallas grandes y chicas. La bruja piruja, la vieja espantosa y decrépita es uno de los elementos que animan la interesante y artesanal Suspiria de Darío Argento. También son brujas - y jóvenes- las protagonistas de "Jóvenes y brujas", un telefilm adolescente salvable por su falta de pretensiones y (obviously) de seriedad. De seriedad carecen también las brujas y vampiros de la Saga/serie Buffy cazavampiros, aunque juegue en otra liga( la de las series de culto perpetradas con gran carisma e irresistible sentido del humor). La que no es seria ni graciosa es Prácticamente Magia, película mediocre, por decir algo que no suene horrible de verdad, en la que Sandra Bullock y Nicole Kidman hacían y deshacían sus ensalmos amorosos en clave de comedia psicorromántica y docudrama bizarro de lo mala que es la farlopa para el entendimiento humano y el progreso de la civilización. Con Las brujas de Eastwick vuelve la magia, acompañada de unas cucharaditas de originalidad. Al menos la brujería recupera algo de su seminal cabreo femenino entre las sábanas del maligno. Y algo más todavía la protagonista de Season of the witch, con su homónimo tema estandarte. Las brujas retornan de nuevo, con El retorno de las brujas , infra-serie Z con tuneado yeyé. Dejémoslo estar...Y es que las brujas han adoptado tantos avatares en el cine como a lo largo de la historia, con lo que no es complicado buscar una a medida, si tiene usted intención de echarse una churri con pequeños antecedentes de sexo demoníaco.

El caso es que la bruja nos ha ofrecido grandes momentos de disfrute cinematográfico. Piense, si no, en la tremebunda diablesa que trató de zamparse al mismísimo Conan durante un fugaz polvo en el camino. Después de tanto tiempo, tras tantas peripecias, un periodo de gestación largo y doloroso, un trasunto agónico por la supervivencia, batallas inquisitoriales, persecuciones caninas y mutaciones inesperadas, la bruja ha conseguido mantener el tipo hasta nuestros tiempos, si no directamente, a través de los cauces que cine y literatura han cavado hasta nuestro subconsciente. Su figura, espeluznante y tragicómica, forma ya, al fin, parte de nuestras vidas, como uno de esos glamourosos monstruos que tanto amamos, que tanto necesitamos.









martes, 17 de febrero de 2009

Parafilias V



Botulinonia: el uso de un embutido como consolador

No han sido pocos los artistas, intelectuales y creadores gastronómicos, quienes han buscado la fórmula ideal que permitiese aunar alimentación y goce carnal. El viejo sentido decadentista, previo al ídem formulado tel quel por Hyusmans, Wilde y Barbey d´Aurevilly, como puedan ser el encarnado por los entrañables protagonistas del Satiricón de Petronio, o los últimos aristócratas de ese imperio romano que se vino abajo de pura degeneración, de un empacho de placeres eróticos y estéticos, se divierte macerando el fornicio en un exacerbado festín. Las opulentas comidas de nerones y calígulas son, en cierto modo, una manera de combinar distintos grados de excitación del paladar a través de la más absoluta y delirante glotonería: podríamos decir, la de alguien que no quiere renunciar a lo salado en el postre, ni a lo dulce durante la cena. Son esta clase de frustradas intentonas de dársela a la Renuncia, las que culminan en flanes de tocino, solomillos bañados en salsa de arándanos, cerdos agridulces y legumbres estofadas con sorbetes variados. La boca, en su doble función de abertura nutricia y máquina de besar (y lamer, y sorber, y chupar, y paladear...) no hace distingos en la cama. Esperemos ver en un futuro cierto revival de este noble arte combinatorio, y olvidarnos de ejercicios pornográficos del estilo del más bajo de los fondos, como pueda serlo meterse una butifarra por el culo.

jueves, 5 de febrero de 2009

Parafilias IV




Androidismo: Excitación con muñecos o robots con aspecto humano.


Hay un componente erótico en la cosificación que va más allá de la mayor o menor disponibilidad del objeto de deseo inerte. Las mujeres biónicas siempre están disponibles, carecen del no con el que rechazar las peticiones más excéntricas, nunca niegan la satisfacción de los deseos más sucios e insólitos. La receptividad de un partenaire biónico va más allá del deseo perverso de gustar de la anatomía del otro en total libertad y rendido a las oscuras calderas del propio egoísmo, o de saldar dolorosas deudas de sexo con una sociedad que repudia y no ofrece sus frutos carnales a quien, pour uno u otro motivo, no ha sabido propiciar suficientes momentos de intimidad con sus semejantes. Hay que buscar en la dialéctica de actitudes activo-pasivas que subyacen a la jodienda los móviles de la pasión robótica, y desterrar de momento las tibias fantasías de nerds enclaustrados en laboratorios de nanotecnología, visionarios onanistas y patéticos geeks asociales.

Quizás sucumbamos, quienes jugamos con este tipo de material (auto)erótico, a un deseo manipulatorio de reminiscencias infantiles. Los niños de ciertas edades no empatizan con el objeto de sus juegos, y tanto da que se trate de un pedazo de plástico como de una mascota, prácticamente cualquier cosa puede ser víctima de sus experimentos manuales. Ambos se dejan tocar, sobar, estrujar, arrastrar, morder y destrozar sin protesta alguna. El paso es considerable, y no sólo en grado; el juego es de una cualidad sensiblemente distinta.
Disponemos incluso de material pornográfico con jóvenes durmientes que se dejan hacer con languidez, sosteniendo su adormecida pose incluso cuando los arrebatos de su amante van más allá de lo soportable por el más contumaz de los sueños REM. En el fondo el esclavo sexual mecánico no está tan lejos de las tenebrosas fantasías de La Mettrie y Chuck Palanhuick en Nana (aquel personaje que mantuvo relaciones sexuales con su esposa estando ésta muerta, sin saberlo él; aquel otro que deliberadamente se lo hacía con comatosas...) ni del porno standard nipón, con sus jóvenes adolescentes siempre subordinadas a un deseo autoritario, su victimización morbosa, su dulce complacencia con los órganos penetradores menos diplomáticos.

A un paso del amor por el ser inerte: el amor necrófilo.

martes, 20 de enero de 2009

Parafilias III

Analismo: Concentración en la región anorrectal. Puede ser heterosexual, homosexual o autosexual

El ano menospreciado tiene más dimensiones de las que cabría suponer partiendo de lecturas simplistas o ciñéndonos a lo que el imaginario popular ha hecho de él.



No está mal hablar del ano en comandita, si el objetivo de su mención es hacer alarde de un tipo de conquista sexual muy específica, y que aparece siempre impregnada de la dialéctica dominación-sumisión tan cara al lenguaje viril. Y no es que me oponga a esta dialéctica, más bien al contrario, aunque acepto que es un acuerdo tácito que se establece cuando dos personas deciden intercambiar fluidos corporales bajo determinadas circunstancias. En cualquier caso son éstas apreciaciones que escapan al motivo de esta entrada, y no queremos entretenernos evocando violaciones consentidas, entre otras cosas porque es algo que me pondría amok perdido.

El ano parece haber sido convertido en el objeto de todas las vergüenzas, no tanto por su forma - que en el fondo no dista tanto de otros cauces hacia el interior de nuestros cuerpos- sino por su función, y especialmente por su ubicación. El ano da la espalda, para hacerse con él hay que atacar a traición.

Su exhibición puede ser ofensiva a la mirada, pero siempre se mantiene a buen recaudo de intrusiones extrañas. Lo contrario es una humillación infligida en un momento de despiste. Los adolescentes mantienen la guardia alta para que ningún compañero los desflore simbólicamente en un ataque a traición, directo a la retaguardia en un espasmódico movimiento de cadera, una embestida feroz entre fingidos aullidos de placer.
Ante todo el ano es el agujero que permite la salida al exterior de nuestro yo inservible. Aquellos pedazos de materia que nuestro cuerpo rechaza, la basura de nuestro organismo. Su naturaleza escatológica define una segunda faceta de tan singular orificio.

Ambas caras reflejan un mismo misterio y un mismo reducto de intimidad inviolable, cuya revelación es sintomática de perversión y decadencia. Ya sea apelando a su función excretora o como puerta trasera de una intimidad celosa de sí misma, el ano es y será tabú en las sociedades de raigambre judeocristiana.



Los mayores esfuerzos por liberar el ano de su silente cautiverio se han debido principalmente al avance producido por los colectivos gays en el terreno de reconocimiento de derechos civiles, su traslación a la esfera públcia y la des-demonización de las clásicas prácticas homosexuales masculinas. Fuera de este submundo, todavía lejos de la plena normalización e integración en las capas mayoritarias de las representatividad popular, el ano sigue siendo ese agujero inmundo por el cual se humilla al prójimo.

¿Habrá un futuro para este no-lugar, este vacío intracorpóreo que es salida y entrada, termómetro y pulsómetro de nuestro modus vivendi?

martes, 13 de enero de 2009

Parafilias II


Antolagnia: excitación por oler flores.
El cerco de un jardín muy del estilo de la corte francesa recorre como una herradura el atrio de un monasterio. Afuera, un joven vestido con levita blanca acaricia caminando los racimos de amapolas y nomeolvides que franquean la entrada al semicírculo, con la vista puesta en la fuente que la preside y desde la cual parten radios de claveles y heliotropos, abundando en una composición recargada propia de un jardinero adorador del rococó más lisérgico, tras haber esnifado cocaína durante la noche del proyecto. De las chorreras amarillentas que sobresalen bajo las mangas penden virutas de polen, las suelas de sus zapatos se ensanchan con una aureola de barro fresco. Llegado al interior del cercado, recorre sus pasadizos florales tomando flores aquí y allá, diríase con total indiferencia respecto al género y la especie. Las huele con delectación y las arroja con gesto afectado. Se detiene durante un instante maravillado ante el tibio flotar de una mariposa - esas flores voladoras de Maupassant - y lanza un suspiro al aire estival.




La fuente es un plato sobre cuya concavidad un querubín orina con gesto despreocupado sobre un lecho de hierba. Un paerterre en vorma de V - el ángulo apuntando a la entrada del patio- lo mantiene a resguardo tras un muro de hojas anchas de una planta desconocida. Nuestro joven romántico se acuclilla junto a la fuente y mira en derredor, su expresión cambia.


Forcejea con los cordones de su calzón. Tira de sus medias hacia arriba para que no estorben. Súbitamente un pequeño pene asoma su cabeza rosada y saluda al sol. La otra mano agarra furiosamente un puñado de violetas y se los lleva a la cara. En seguida termina, y cuando lo hace su postura y el borde superior del ceñidísimo calzón le impiden orientar su verga hacia abajo: una gota de crema lechosa va a parar a su barbilla; otra se aloja en el hueco formado junto a la comisura de la boca. Utiliza el mismo manojo de violetas para limpiarse y las arroja a la fuente. Se abrocha y se incorpora en el momento justo para saludar al párroco que sale al patio a meditar, como cada mañana, paseando entre el entramado de pétalos que se abren y estambres en erección.

Parafilias I.

Macrofilia: el único estímulo son las personas grandes o rollizas.



Una conocida de Sergio Leone destacaba lo mucho que a éste le gustaba comer, y lo a gusto que se encontraba comiendo. Para Leone la gordura no era un síntoma de decadencia física y moral, o la manifestación externa de una personalidad abúlica presa de los vicios y desidias que el sedentarismo trae consigo, sino una ostentación de fuerza, abundancia y poderío. A mayor presencia física, mayor es el espacio que ocupa el ego, como una fuerza oscura y telúrica que desplaza el aire a su alrededor. Así lo entendía Leone, y en su pasión por la pasta - ese extraño conglomerado proteico que sólo los italianos saben preparar como es debido- latía el deseo de un dios arcaico.



En la abundancia por la carne pusieron los primitivos y antiguos el germen de la vida, la pulsión de la naturaleza viva e indómita, un rudimento del hálito generador que inspiraría a los filósofos vitalistas hasta que el neomecanicismo de C.Bernard redujese la carne a vil materia compleja: sales, compuestos inorgánicos, elementos que encuentran su nomenclatura y su espacio en la tabla periódica. Leone era abundante y tronante como el propio Zeus, como Dyaus Pitar; abundante y carnal como una Venus neolítica.



La gordura, y la pasión por la gordura, trasciende el deseo de la forma ordenada y pulida, libre de asperezas y adherencias, despojada de lo superfluo: depóstitos alimenticios en una época de abundancia material. Al universo de la carne viva e indómita se opone la mecánica de la ordenación de elementos ensamblados con lógica de relojero. De un lado tenemos a Rubens y Leone; del otro a Claude Bernard y Dimitri Mendeleyev.



Se dice que los hombres fuertes, decididos y arrolladores sienten predilección o focalizan su deseo sobre los pechos de la mujer, mientras que los varones enclenques y perennemente acobardados pierden el sentido por el tren inferior femenino.



¿Hay algo más erótico que el roce de la carne contra la carne?