jueves, 5 de febrero de 2009

Parafilias IV




Androidismo: Excitación con muñecos o robots con aspecto humano.


Hay un componente erótico en la cosificación que va más allá de la mayor o menor disponibilidad del objeto de deseo inerte. Las mujeres biónicas siempre están disponibles, carecen del no con el que rechazar las peticiones más excéntricas, nunca niegan la satisfacción de los deseos más sucios e insólitos. La receptividad de un partenaire biónico va más allá del deseo perverso de gustar de la anatomía del otro en total libertad y rendido a las oscuras calderas del propio egoísmo, o de saldar dolorosas deudas de sexo con una sociedad que repudia y no ofrece sus frutos carnales a quien, pour uno u otro motivo, no ha sabido propiciar suficientes momentos de intimidad con sus semejantes. Hay que buscar en la dialéctica de actitudes activo-pasivas que subyacen a la jodienda los móviles de la pasión robótica, y desterrar de momento las tibias fantasías de nerds enclaustrados en laboratorios de nanotecnología, visionarios onanistas y patéticos geeks asociales.

Quizás sucumbamos, quienes jugamos con este tipo de material (auto)erótico, a un deseo manipulatorio de reminiscencias infantiles. Los niños de ciertas edades no empatizan con el objeto de sus juegos, y tanto da que se trate de un pedazo de plástico como de una mascota, prácticamente cualquier cosa puede ser víctima de sus experimentos manuales. Ambos se dejan tocar, sobar, estrujar, arrastrar, morder y destrozar sin protesta alguna. El paso es considerable, y no sólo en grado; el juego es de una cualidad sensiblemente distinta.
Disponemos incluso de material pornográfico con jóvenes durmientes que se dejan hacer con languidez, sosteniendo su adormecida pose incluso cuando los arrebatos de su amante van más allá de lo soportable por el más contumaz de los sueños REM. En el fondo el esclavo sexual mecánico no está tan lejos de las tenebrosas fantasías de La Mettrie y Chuck Palanhuick en Nana (aquel personaje que mantuvo relaciones sexuales con su esposa estando ésta muerta, sin saberlo él; aquel otro que deliberadamente se lo hacía con comatosas...) ni del porno standard nipón, con sus jóvenes adolescentes siempre subordinadas a un deseo autoritario, su victimización morbosa, su dulce complacencia con los órganos penetradores menos diplomáticos.

A un paso del amor por el ser inerte: el amor necrófilo.

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