Botulinonia: el uso de un embutido como consolador
No han sido pocos los artistas, intelectuales y creadores gastronómicos, quienes han buscado la fórmula ideal que permitiese aunar alimentación y goce carnal. El viejo sentido decadentista, previo al ídem formulado tel quel por Hyusmans, Wilde y Barbey d´Aurevilly, como puedan ser el encarnado por los entrañables protagonistas del Satiricón de Petronio, o los últimos aristócratas de ese imperio romano que se vino abajo de pura degeneración, de un empacho de placeres eróticos y estéticos, se divierte macerando el fornicio en un exacerbado festín. Las opulentas comidas de nerones y calígulas son, en cierto modo, una manera de combinar distintos grados de excitación del paladar a través de la más absoluta y delirante glotonería: podríamos decir, la de alguien que no quiere renunciar a lo salado en el postre, ni a lo dulce durante la cena. Son esta clase de frustradas intentonas de dársela a la Renuncia, las que culminan en flanes de tocino, solomillos bañados en salsa de arándanos, cerdos agridulces y legumbres estofadas con sorbetes variados. La boca, en su doble función de abertura nutricia y máquina de besar (y lamer, y sorber, y chupar, y paladear...) no hace distingos en la cama. Esperemos ver en un futuro cierto revival de este noble arte combinatorio, y olvidarnos de ejercicios pornográficos del estilo del más bajo de los fondos, como pueda serlo meterse una butifarra por el culo.
No han sido pocos los artistas, intelectuales y creadores gastronómicos, quienes han buscado la fórmula ideal que permitiese aunar alimentación y goce carnal. El viejo sentido decadentista, previo al ídem formulado tel quel por Hyusmans, Wilde y Barbey d´Aurevilly, como puedan ser el encarnado por los entrañables protagonistas del Satiricón de Petronio, o los últimos aristócratas de ese imperio romano que se vino abajo de pura degeneración, de un empacho de placeres eróticos y estéticos, se divierte macerando el fornicio en un exacerbado festín. Las opulentas comidas de nerones y calígulas son, en cierto modo, una manera de combinar distintos grados de excitación del paladar a través de la más absoluta y delirante glotonería: podríamos decir, la de alguien que no quiere renunciar a lo salado en el postre, ni a lo dulce durante la cena. Son esta clase de frustradas intentonas de dársela a la Renuncia, las que culminan en flanes de tocino, solomillos bañados en salsa de arándanos, cerdos agridulces y legumbres estofadas con sorbetes variados. La boca, en su doble función de abertura nutricia y máquina de besar (y lamer, y sorber, y chupar, y paladear...) no hace distingos en la cama. Esperemos ver en un futuro cierto revival de este noble arte combinatorio, y olvidarnos de ejercicios pornográficos del estilo del más bajo de los fondos, como pueda serlo meterse una butifarra por el culo.