martes, 13 de enero de 2009

Parafilias II


Antolagnia: excitación por oler flores.
El cerco de un jardín muy del estilo de la corte francesa recorre como una herradura el atrio de un monasterio. Afuera, un joven vestido con levita blanca acaricia caminando los racimos de amapolas y nomeolvides que franquean la entrada al semicírculo, con la vista puesta en la fuente que la preside y desde la cual parten radios de claveles y heliotropos, abundando en una composición recargada propia de un jardinero adorador del rococó más lisérgico, tras haber esnifado cocaína durante la noche del proyecto. De las chorreras amarillentas que sobresalen bajo las mangas penden virutas de polen, las suelas de sus zapatos se ensanchan con una aureola de barro fresco. Llegado al interior del cercado, recorre sus pasadizos florales tomando flores aquí y allá, diríase con total indiferencia respecto al género y la especie. Las huele con delectación y las arroja con gesto afectado. Se detiene durante un instante maravillado ante el tibio flotar de una mariposa - esas flores voladoras de Maupassant - y lanza un suspiro al aire estival.




La fuente es un plato sobre cuya concavidad un querubín orina con gesto despreocupado sobre un lecho de hierba. Un paerterre en vorma de V - el ángulo apuntando a la entrada del patio- lo mantiene a resguardo tras un muro de hojas anchas de una planta desconocida. Nuestro joven romántico se acuclilla junto a la fuente y mira en derredor, su expresión cambia.


Forcejea con los cordones de su calzón. Tira de sus medias hacia arriba para que no estorben. Súbitamente un pequeño pene asoma su cabeza rosada y saluda al sol. La otra mano agarra furiosamente un puñado de violetas y se los lleva a la cara. En seguida termina, y cuando lo hace su postura y el borde superior del ceñidísimo calzón le impiden orientar su verga hacia abajo: una gota de crema lechosa va a parar a su barbilla; otra se aloja en el hueco formado junto a la comisura de la boca. Utiliza el mismo manojo de violetas para limpiarse y las arroja a la fuente. Se abrocha y se incorpora en el momento justo para saludar al párroco que sale al patio a meditar, como cada mañana, paseando entre el entramado de pétalos que se abren y estambres en erección.

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