martes, 13 de enero de 2009

Parafilias I.

Macrofilia: el único estímulo son las personas grandes o rollizas.



Una conocida de Sergio Leone destacaba lo mucho que a éste le gustaba comer, y lo a gusto que se encontraba comiendo. Para Leone la gordura no era un síntoma de decadencia física y moral, o la manifestación externa de una personalidad abúlica presa de los vicios y desidias que el sedentarismo trae consigo, sino una ostentación de fuerza, abundancia y poderío. A mayor presencia física, mayor es el espacio que ocupa el ego, como una fuerza oscura y telúrica que desplaza el aire a su alrededor. Así lo entendía Leone, y en su pasión por la pasta - ese extraño conglomerado proteico que sólo los italianos saben preparar como es debido- latía el deseo de un dios arcaico.



En la abundancia por la carne pusieron los primitivos y antiguos el germen de la vida, la pulsión de la naturaleza viva e indómita, un rudimento del hálito generador que inspiraría a los filósofos vitalistas hasta que el neomecanicismo de C.Bernard redujese la carne a vil materia compleja: sales, compuestos inorgánicos, elementos que encuentran su nomenclatura y su espacio en la tabla periódica. Leone era abundante y tronante como el propio Zeus, como Dyaus Pitar; abundante y carnal como una Venus neolítica.



La gordura, y la pasión por la gordura, trasciende el deseo de la forma ordenada y pulida, libre de asperezas y adherencias, despojada de lo superfluo: depóstitos alimenticios en una época de abundancia material. Al universo de la carne viva e indómita se opone la mecánica de la ordenación de elementos ensamblados con lógica de relojero. De un lado tenemos a Rubens y Leone; del otro a Claude Bernard y Dimitri Mendeleyev.



Se dice que los hombres fuertes, decididos y arrolladores sienten predilección o focalizan su deseo sobre los pechos de la mujer, mientras que los varones enclenques y perennemente acobardados pierden el sentido por el tren inferior femenino.



¿Hay algo más erótico que el roce de la carne contra la carne?

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